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Relatos de Parto


Compartirnos, inspirarnos a través de los relatos, de las historias, de las experiencias tan diversas, únicas, personales y compartidas a la vez, del Momento Portal del Parto.


Con todas sus gamas de colores, sonidos, aromas, emociones, movimientos e intensidades...


Compartir para que lo vivido siga en movimiento, para ser escuchadas, para nutrirnos, para volver a vivirlos y quizás que una nueva mirada surja...


Para honrar y agradecer, el poder, la magia y maravilla, inteligencia y sabiduría de nuestros cuerpos , al Concebir, Gestar y Parir, al ser Canales de Vida ...


Inaugurando una nueva sección, para compartir estos Relatos



 

Llegada de Kalani


"Llevábamos 37 semanas y media gestando una panza con mil formas, un bebé muy movedizo del otro lado de la piel. Para ese entonces ya me costaba dormir por las noches… El 3 de febrero de 2022 a las 7:07 hs nació Kalani en un parto totalmente natural, después de un trabajo de cuatro horas en casa y una en el hospital. Esa noche eran la 1 cuando me acosté, después de leer un poco en el comedor, Rodri estaba durmiendo hacía rato. A las 2 me desperté con contracciones (era normal tenerlas todas las noches), no tardé mucho en darme cuenta que éstas eran distintas. Me levanté para ir al baño dos veces seguidas por el dolor y la presión en la vejiga y ya no volví a acostarme, instintivamente empecé a mecerme en el borde de la cama respirando las molestias. De a poco Rodri fue despertando hasta que me preguntó si era lo mismo de siempre y le dije que no, que esta vez era diferente. Con calma se levantó para pararse frente a mí y en silencio me acompañó, me agarró por los hombros y la espalda, lo agarré de los brazos y los hombros y nos balanceamos juntos en un baile natural. Las contracciones ya no pararon y se fueron intensificando, yo las vocalizaba, él me acompañaba con su respiración, con su presencia y su mirada. Estaba tranquila. Usé la pelota de pilates para ayudar a abrir la pelvis y distintas posturas con apoyo en la cama o parada, también caminé entre contracciones y cuando se acercaba el momento él estaba ahí, acompañando y observando. La cosa se puso más seria cuando el nivel de dolor llegó a descomponerme haciéndome vomitar. Le pedí que me abriera la ducha y dejé caer el agua caliente en mi espalda por un rato. Entre contracciones, descomposturas y respiraciones el tiempo pasaba y Rodri ya lo había empezado a controlar. Llenamos la bañera y le pusimos un poco de lavanda. Estuve sumergida la mayor parte del tiempo, con mi pareja al lado, apoyándome, recordándome que respirara y que vocalizara las contracciones para transitarlas, ayudándome a recuperarme entre cada una, sosteniéndome la espalda y la cabeza cuando éstas hacían arquearme y hundirme en el agua. Hasta que ya no pude vocalizar más nada, las letras se convirtieron en gritos de dolor, el tiempo de recuperación se redujo casi de un momento a otro. Rodri me insinuó que tendría que preparar las cosas para irnos al hospital, lo retuve hasta que cedí, cuando pensé que ese era mi límite, que ya no podía más y que si había algo más que eso no sabía cómo iba a soportarlo. Por un momento pensé que tendría que pedir anestesia y hasta una cesárea. Estuve en todo momento pendiente de los detalles: cepillos y pastas de dientes, apagar las luces en casa, pensar en el camino que teníamos hasta el hospital. Creo que eso fue muy propio de mi, y que fue parte de mi proceso para que todo saliera como salió. Alrededor de las 6 de la mañana me subí en la parte trasera del auto con una contracción tras otra y en cuanto llegamos a la guardia me abrieron todas las puertas y acudieron a mis gritos. Yo solo me movía entre contracciones. Sentí que un poco me subestimaron cuando me preguntaron si era primeriza y me pidieron que me sentara en una silla de ruedas para trasladarme, hasta que me revisaron y con un tacto se dieron cuenta que había llegado con dilatación completa, con la bolsa rota y que al bebé sólo le faltaba bajar los tres escalones del canal de parto. Para determinar (entre ellos) si me llevaban a sala de parto o a quirófano quisieron ver cómo pujaba. Yo no lo podía creer, ya podía pujar, ¡ya lo había hecho todo en casa! Tuve una sensación de alivio, de felicidad… Enseguida pensé que era el momento definitivo que podía marcar cómo nacería Kalani e hice lo mejor que pude, era el momento de no aflojar, al primer pujo Kalani se movió y la obstetra dijo: vamos a la sala de parto. Recuerdo que Rodri festejó, me dio un beso y me apretó la mano. Lo mejor de ese momento y para mi sorpresa, era que al pujar las contracciones dolían mucho menos, tampoco dolía que el bebé fuera avanzando por el canal de parto. Lo peor ya había pasado. A partir de ese momento pujé en cada contracción, hasta en el ascensor. La obstetra y Rodri me alentaban: “¡Dale amor, que tiene rulitos!” y así me recargaba, me daba confianza, me acompañaba de la mano. Yo seguía muy atenta a lo que hacían a mi alrededor, eché a un obstetra que me hizo un tacto al entrar en la sala de parto sin siquiera presentarse y se quedó del otro lado, pregunté si era necesario cuando quisieron colocarme una vía y pedí que esperaran unas contracciones más, pedí que me explicaran por qué me sugerían una episiotomía y accedí para no desgarrarme. Insistieron en que “me acomodara” en la camilla y no hice caso, continué en la posición que yo había elegido para parir, había encontrado la forma de impulsar mejor la fuerza así como estaba, liberando el canal de parto con la cadera suspendida en el aire. Comentaban que la cabeza ya estaba ahí y en un momento dijeron: en la próxima sale. Lo repetí en mi cabeza, “en la próxima sale”, así iba a ser, si lo habían dicho yo podía, y lo di todo, con todo el resto que me quedaba puje lo más fuerte que pude, sentí una presión muy intensa y dolorosa. Y salió. Kalani se quejó, empezó a llorar y enseguida lo pusieron en mi pecho. Rodri me abrió el camisón para tener un contacto piel con piel. Le dije “Hola, bebé” y se calmó apoyando su manito abierta sobre mí. Unos minutos después se fueron a la sala de al lado con Rodri, yo alumbré la placenta y me cosieron. Todo lo que pasó en ese momento lo viví con miedo, en un estado de shock, pidiendo a quien me pasaba por al lado que me diera la mano, estaba muerta de miedo, todo lo que no había sentido hasta que nació Kalani. Me temblaba todo el cuerpo, de la fuerza y el cansancio, me sentía perdida, expuesta, angustiada… cruzaba mi mirada aterrada con médicos y enfermeros y solo algunos empatizaban. Hasta que me llevaron a la habitación (para mí después de una eternidad) y ahí estaban, ellos dos esperándome, Kalani a upa de su papá, dormido, sin llorar, tranquilo. Y se me fue pasando el malestar para empezar a disfrutar de todo lo nuevo. El bebé enseguida se prendió al pecho y todo estuvo más que bien. Todo fue perfecto como pasó, y nada de eso hubiera sido posible sin el compañero que tengo, que estuvo donde tenía que estar, hizo, dijo y calló lo necesario. Apoyando y defendiendo cada decisión Y escribí este recordatorio al final: Nota: No le teman al dolor, que es pasajero."


Rocío



 

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